jueves, 11 de septiembre de 2025

Palabras para Los sonidos de la luz

                                                                           


             

Empatía. Es una de las primeras palabras que me vino a la mente al descubrir Los sonidos de la luz. En mi opinión, es un concepto que tristemente está bastante manoseado, continuamente reapropiado por todas aquellas personas que nos sentimos empáticas humanistas en el eje de la cultura y el arte, lo practiquemos o no. Sin embargo, ¿realmente lo somos? Tengo la impresión de que la empatía sigue siendo un tesoro escaso en nuestra sociedad, si la entendemos como la capacidad de entender la situación de la otra persona, posiblemente diferente a la nuestra, nos guste o no, y actuar en consecuencia. Creo que esa es la base del afecto y la convivencia. En cualquier agrupación, la necesidad de llegar a consensos es continua. En esta exposición se ha visto que la empatía es una pieza clave que encaja con otra no menos importante: el colectivo; se han dejado atrás los egos y la competitividad dando paso a una obra comunitaria, coherente, por la que fluye una misma savia. Algo nada habitual en los tiempos que corren y que Afibi ha sabido demostrar.

 

Cada vez más, afortunadamente, somos conscientes del error. De cómo la historia del arte moderno y actual ha estado (aunque poco a poco quiere ir cambiando) compuesta por constelaciones de entes fálicos que solo han acudido “al de al lado” para levantar muros de privilegio. La historia social y feminista nos habla, en cambio, de redes empáticas que siempre han sostenido otras producciones, en complejas relaciones sociales, profesionales, de amor y de amistad. Este es el camino que abren ejercicios estéticos como Los sonidos de la luz, dando la oportunidad a un relato del arte cruzado con la vida, empeñado en una cultura abierta, compartida y enriquecedora.

 

Local. Es una de las pocas palabras que me golpearon en una inauguración felizmente abarrotada de vecinos y vecinas, amigas, conocidas y desconocidas, acercándose a ver qué se cocía en la ermita de San Vicente el 29 de agosto. Un exitazo de convocatoria. Un cierto tono desairado acompañó a ese “local”, como el sinónimo caduco y malpensado del término. ¿Limitado?, ¿provinciano?, ¿intrascendente? Yo creo que todos los proyectos son locales sin importar en qué localidad se celebren. Y lo cree más gente. Una buena y admirada artista que trabaja desde la ruralidad española, Asunción Molinos Gordo, dijo en su obra De campesino a campesino: “rompe con la jerarquía vertical del técnico o ingeniero que llega al campo para enseñar lo que se debe hacer al “campesino ignorante” y por el contrario coloca al campesino en la posición de experto, llevando sus conocimientos al mismo plano de importancia y consideración.” La realizó para la XIII Bienal de la Habana en 2019. Asunción es nacida en el pueblo de Guzmán (Burgos), el cual cuenta actualmente con 99 habitantes. Pero acaba de inaugurar su retrospectiva en el Jameel Arts Centre de Dubai. Trabaja sobre cómo barruntan los pastores de León, cómo saben abrir cortafuegos y estudia las cabañuelas, pero sus investigaciones locales tienen eco en múltiples lugares del mundo.

 

Con este ejemplo solo quiero referirme a que todas las obras de arte tienen un/a autor/a o varios/as. Un contexto donde circunscribirse, un suelo acogedor, que puede estar más o menos conectado al origen de las piezas. La objetividad en el arte hace décadas que ha sido rebatida, solo desde nuestra propia experiencia subjetiva y única, formada desde nuestro lugar de origen, formas de vida, familias y vecindades, podemos compartir nuestra mirada. Así se ve en Los sonidos de la luz, miradas de fotógrafas/os que se acompañan, dialogan, y se superponen a otras capas de significado, entre las que se encuentran las que teje el comisariado de Carlos Balsalobre y Lourdes Fuente.

 

Elegir. Qué hacer con lo que queda cuando alguien ya no está. Se trata de un dilema que, aunque bastante habitual, no deja de sobrecogernos. Un sentimiento primero de desorientación. No saber qué hacer con todas esas huellas presentes, impresas en el espacio, en los objetos, en los trayectos cotidianos. Y así, de golpe, en nuestras manos se acumulan imágenes mezcladas que debemos ordenar. Fragmentos de situaciones vividas, nítidas en la retina. Frases que seguramente hemos reconstruido en nuestro recuerdo y nunca fueron así. Un sentido del humor determinado, un estado de ánimo habitual reflejado en la mandíbula y los labios. Unos gestos, una forma de vestir. Una voz con su timbre característico. Cuando alguien ya no está se produce un cambio. Creo que el talento del grupo Afibi es poderoso consiguiendo hilar los cambios inesperados.

 

El fotógrafo, docente y comisario de la muestra, Carlos Balsalobre, tristemente fallecido, dejó funcionando muchas mentes y un proyecto a medias que tiene la luz como concepto central. Una idea sencilla y redonda: el ciclo de un día. Para terminar, la comisaria Lourdes Fuente ha cerrado el círculo creando el collage visual y añadido una nueva dimensión, la sonora, a ese recorrido por múltiples sensaciones diurnas y nocturnas.

 

En las artes visuales, en la fotografía, sucede la feliz paradoja de poder transformar el cambio en una estampa quieta. Las autoras y autores han emprendido una carrera febea, parado el tiempo y elegido los mejores fotogramas. Uno de mis favoritos, para terminar: A 37 grados aproximadamente está la nuca bajo el sol tamizado. Se reconocen sin termómetro, esos 37, al acercar los labios. Antes de tocar rozan como una hilera de hormigas laboriosas la piel expuesta que no sabe que está siendo mirada. Los ojos de la amante son capaces de ver el latido interno en una instantánea que suena a verano, a carretera, que captura la pose distraída de la única belleza audaz: la amorosa.

 

La exposición Los sonidos de la luz del colectivo fotográfico AFIBI, ig: afibi_ibi, comisariada por Carlos Balsalobre y Lourdes Fuente, puede visitarse en la sala de exposiciones de la ermita de Sant Vicent de Ibi hasta el 15 de septiembre de 2025.

 

Participan en la exposición: Delfino Arnedo, Antonio Espinosa, Jose Esteve, Fco. Javier Fdez. Satoca, EJFuster, Chuss Jesús García, Francisco López, Charly Ismael López, Emilio José Mariel, Julio Martínez, Rafa Megías, José Pardo, Eduardo Payá, Tony Pérez, Fernando Ramírez, María Reig, Yolanda Rodríguez, Nélida Saiz, Javier Salvador, Juanmi Salvador, Joseantonio Silvestre. 

 

 



 

domingo, 2 de marzo de 2025

Tableau Sonant en el MUA.

 

Una mañana de domingo diferente es lo que me prometió Reme Navarro al referirse a la performance Tableu Sonant, que ha tenido lugar esta húmeda y desapacible -por lluviosa- jornada dominical en el MUA. Haciendo referencia a los tableaux vivants, representaciones humanas de obras pictóricas, ha dado un giro de tuerca a la puesta en escena de las artes plásticas.

 

La sala blanca, salpicada aquí y allá de piezas que forman parte de la exposición La máquina de sangre, acogía el evento. Las sillas dispuestas en curva reflejaban la curva descrita por una fila de cuerpos blancos respirando ruidosamente. Nada más entrar, un suave rugido de viento del mar ha ido acompañando el movimiento lento del público al sentarnos. La vibración de las cuerdas vocales de actores y actrices se acompasaba, formando una masa compacta de ondas sonoras. Se encogían y dilataban, como sístole y diástole, de un solo organismo. Se iban sucediendo movimientos y apariciones de pequeñas piezas cerámicas de la artista Susana Guerrero que representan algo así como lenguas, dientes, que brotaban y eran expulsadas, colocadas en el suelo sobre una gruesa línea recta de sal. La melodía iba transcurriendo, desde el silencio más absoluto, hasta el gemido más intenso que me hacía pensar en la presencia de una criatura ancestral dividida en muchas personas que iban a la par. Un vaivén reposado. El impulso de un animal aparecido.

 

De entre la multitud ha surgido una voz transparente que cantaba en un idioma antiguo, una voz de mujer, que parecía invocar algo. El círculo del uróboros, la serpiente que se devora a sí misma, central en la composición de La máquina de sangre, ahora en marcha. Ha sido impresionante ver cómo esa voz se adueñaba del espacio y reclamaba su sitio, sacaba una de las cabezas de ese organismo.

 

Qué tiene esa voz femenina para haber dejado un espacio inundado de luz de tal manera. La cantante ha estado excepcional pero no más que el resto del CoroDelantal, dirigido por Sonia Megías, que por un rato ha formado una sola cosa. Entre ellos y ellas, pero también entre el grupo y la sala y las obras de Susana Guerrero y el relato de Reme Navarro, en esta investigación cuajada de ramificaciones. Un trenzado de objetos, palabras, imágenes, gestos, aire y cuerpos que escarban en un círculo, en un ciclo, en algo tan antiguo como el mundo.

 

 

 






 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

martes, 6 de agosto de 2024

Los museos no son para sentarse. Pienso como Costa Badía.

 


Hoy he recibido por fin el libro de Costa Badía "Los museos no son para sentarse" y, al leerlo, la secuencia ha sido viaje, risa, indignación, en bucle hasta el final. Por supuesto, como me imaginaba, me ha hecho empatizar, pensar y recordar.

 

Al hilo de la experiencia que Badía relata sobre su visita a un museo de Castellón, recuerdo que hace unos cuatro veranos estuve en París acompañando a una amiga artista plástica que por entonces tenía una beca en Cité des Arts. En una de nuestras salidas por la ciudad, nos acercamos al Palais de Tokio, centro de referencia en la exhibición de arte contemporáneo, a ver qué se cocía por allí. El edificio me impresionó -una vez más, en esa ciudad, un lugar me sobrecogía- alto, rudo, gris y enigmático. Pronto me puse a rastrear la fachada exterior en busca de formas que me recordasen a otros museos conocidos. Columnas, algún pórtico que señalase la entrada principal, cartel anunciador, puerta oculta, estatua conmemorativa... Sí que lo tenía todo, pero en versión contemporánea. Me dejé guiar, ya que mi amiga ya había estado por allí antes, de modo que entramos a un espacio que tengo borroso en mi memoria. De lo que sí me acuerdo con nitidez es de un gesto -para mí insignificante- que hice y que destapó toda una serie de pensamientos que desembocan en este escrito, como digo, varios años después. Parece que al fin y al cabo no fue tan insignificante. 

 

En un momento determinado me fui a sentar sobre lo que me pareció un banco de piedra. Bueno, más bien era la fría repisa inferior de un gran ventanal abierto en un muro.

 


Debió activarse un protocolo invisible de alerta roja porque, una mujer joven a la última moda alternativa salió de la nada y se dirigió hacia mí con el brazo extendido, a cámara súper lenta, con gesto de querer impedir la detonación de la bomba atómica. Mi amiga, quien domina a la perfección la teoría y práctica del saber estar en cualquier contexto, se sumó rápidamente a reprender mi comportamiento maleducado. De repente me sentí como una niña pequeña que no se está dando cuenta que "ahí" no se puede hacer "eso". No es que me hubiese acercado a una obra a dos centímetros de distancia o que hubiese puesto en peligro la integridad física de alguien. Es que había apoyado una nalga en el edificio.  

 

The Palais de Tokyo, Europe’s largest center for contemporary creation, is effervescent, audacious and pioneering. It is the living place of today’s artists. https://palaisdetokyo.com/en/who-we-are/

 

<<El Palacio de Tokio, el centro europeo más grande para la creación contemporánea, es efervescente, audaz y pionero. Es el lugar de vida de los/las artistas de hoy>>. El sitio más "in" que te puedas imaginar, pero "es que ahí no te puedes sentar".  8.000 metros cuadrados de hormigón y acero, 4 plantas, no puedes permanecer estática, ¡qué despropósito!, ni tampoco descansar en cualquier sitio, ¡qué desvergüenza!. Mejor en movimiento y ligerito o ve a la cafetería. ¿Qué sentido tiene un lugar <<sociable y desafiante, generoso y vanguardista, acogedor y radical, poético y transgresor, es un espacio para aprender, experimentar, sentir y vivir, un espacio del que surge lo inesperado>> (como reza la misión del centro) si es tan complicado detenerte durante el recorrido?

 

Por contra, esa mujer que se nos acercó nos ofreció una visita guiada personalizada, en francés que yo a duras penas entiendo. Un servicio inesperado propio de un país más dispuesto a la cultura que el nuestro. Me dio la impresión de que fue una forma cariñosa de hacerme pasar el trago vergonzoso de mi imperdonable gesto (a mí y a mi amiga, a quien de rebote había puesto en evidencia) y correr un tupido velo. Es entonces cuando me acordé de Carol Duncan, de la disciplina de los cuerpos en el espacio sagrado del museo, en la brecha entre arte contemporáneo masculino y sociedad, en la infantilización de los públicos y en el ritual civilizatorio museístico. De todos esos asuntos que traté hace unos años en mi investigación de tesis. Aspectos que, obviamente, siguen sin resolverse. En 1995, Duncan decía que el Estado espera que los museos confirmen "su" idea de arte. Obviamente el Estado, los Estados (porque esto puede pasar en todos los países), esperan que siga existiendo una falla tan grande entre tú y el arte como para que seas incapaz de cuestionar lo que hay a la otra orilla. Para que te sientas como una pobre en un palacio. Siempre inepta y por debajo.

 

Al leer a Badía pensaba en las diferencias entre una estación de tren, un museo y un supermercado. En nuestro mundo capitalista, todos ellos podrían verse como servicios cuyo fin último es vender algo a la clientela. Con normas y accesos estandarizados, todos presuponen una dinámica rápida, un continuo "estar de paso" de cuerpos normativos jóvenes desasosegados. Aquellos que se salen de la norma, preguntan más de la cuenta o simplemente se quieren parar a descansar comienzan a dar problemas y es así cuando ponen en marcha la operación-hostilidad.

 

Señores museólogos, 

 

Democratizar el espacio del museo no significa solamente vender más entradas o llenar el cupo de las visitas guiadas. Los centros culturales públicos deben garantizar el acceso universal. Y, sobre todo, el arte contemporáneo es un tipo de producción cultural que a menudo requiere de lectura, contexto, tiempo, diálogo, experimentación, debate, reposo, acción, negociación. Dejen de plantear los espacios museísticos como si fueran pabellones de exposición moderna o salones parisinos decimonónicos.

 

Atentamente.

 

Pero, de cualquier modo, qué bueno es ver que, en medio de estos mecanismos mercantilistas, una mirada inquieta y atenta como la de Costa Badía puede revivir la sensibilidad que la ciudad nos quiere arrebatar. "Los museos no son para sentarse", lectura obligatoria. Como Virginia Woolf, parece decir: no hay barrera, cerradura ni cerrojo que puedas poner a la libertad de mi mente.  

 

_ Fotografías del Palais de Tokio extraídas de su web https://palaisdetokyo.com/