martes, 6 de agosto de 2024

Los museos no son para sentarse. Pienso como Costa Badía.

 


Hoy he recibido por fin el libro de Costa Badía "Los museos no son para sentarse" y, al leerlo, la secuencia ha sido viaje, risa, indignación, en bucle hasta el final. Por supuesto, como me imaginaba, me ha hecho empatizar, pensar y recordar.

 

Al hilo de la experiencia que Badía relata sobre su visita a un museo de Castellón, recuerdo que hace unos cuatro veranos estuve en París acompañando a una amiga artista plástica que por entonces tenía una beca en Cité des Arts. En una de nuestras salidas por la ciudad, nos acercamos al Palais de Tokio, centro de referencia en la exhibición de arte contemporáneo, a ver qué se cocía por allí. El edificio me impresionó -una vez más, en esa ciudad, un lugar me sobrecogía- alto, rudo, gris y enigmático. Pronto me puse a rastrear la fachada exterior en busca de formas que me recordasen a otros museos conocidos. Columnas, algún pórtico que señalase la entrada principal, cartel anunciador, puerta oculta, estatua conmemorativa... Sí que lo tenía todo, pero en versión contemporánea. Me dejé guiar, ya que mi amiga ya había estado por allí antes, de modo que entramos a un espacio que tengo borroso en mi memoria. De lo que sí me acuerdo con nitidez es de un gesto -para mí insignificante- que hice y que destapó toda una serie de pensamientos que desembocan en este escrito, como digo, varios años después. Parece que al fin y al cabo no fue tan insignificante. 

 

En un momento determinado me fui a sentar sobre lo que me pareció un banco de piedra. Bueno, más bien era la fría repisa inferior de un gran ventanal abierto en un muro.

 


Debió activarse un protocolo invisible de alerta roja porque, una mujer joven a la última moda alternativa salió de la nada y se dirigió hacia mí con el brazo extendido, a cámara súper lenta, con gesto de querer impedir la detonación de la bomba atómica. Mi amiga, quien domina a la perfección la teoría y práctica del saber estar en cualquier contexto, se sumó rápidamente a reprender mi comportamiento maleducado. De repente me sentí como una niña pequeña que no se está dando cuenta que "ahí" no se puede hacer "eso". No es que me hubiese acercado a una obra a dos centímetros de distancia o que hubiese puesto en peligro la integridad física de alguien. Es que había apoyado una nalga en el edificio.  

 

The Palais de Tokyo, Europe’s largest center for contemporary creation, is effervescent, audacious and pioneering. It is the living place of today’s artists. https://palaisdetokyo.com/en/who-we-are/

 

<<El Palacio de Tokio, el centro europeo más grande para la creación contemporánea, es efervescente, audaz y pionero. Es el lugar de vida de los/las artistas de hoy>>. El sitio más "in" que te puedas imaginar, pero "es que ahí no te puedes sentar".  8.000 metros cuadrados de hormigón y acero, 4 plantas, no puedes permanecer estática, ¡qué despropósito!, ni tampoco descansar en cualquier sitio, ¡qué desvergüenza!. Mejor en movimiento y ligerito o ve a la cafetería. ¿Qué sentido tiene un lugar <<sociable y desafiante, generoso y vanguardista, acogedor y radical, poético y transgresor, es un espacio para aprender, experimentar, sentir y vivir, un espacio del que surge lo inesperado>> (como reza la misión del centro) si es tan complicado detenerte durante el recorrido?

 

Por contra, esa mujer que se nos acercó nos ofreció una visita guiada personalizada, en francés que yo a duras penas entiendo. Un servicio inesperado propio de un país más dispuesto a la cultura que el nuestro. Me dio la impresión de que fue una forma cariñosa de hacerme pasar el trago vergonzoso de mi imperdonable gesto (a mí y a mi amiga, a quien de rebote había puesto en evidencia) y correr un tupido velo. Es entonces cuando me acordé de Carol Duncan, de la disciplina de los cuerpos en el espacio sagrado del museo, en la brecha entre arte contemporáneo masculino y sociedad, en la infantilización de los públicos y en el ritual civilizatorio museístico. De todos esos asuntos que traté hace unos años en mi investigación de tesis. Aspectos que, obviamente, siguen sin resolverse. En 1995, Duncan decía que el Estado espera que los museos confirmen "su" idea de arte. Obviamente el Estado, los Estados (porque esto puede pasar en todos los países), esperan que siga existiendo una falla tan grande entre tú y el arte como para que seas incapaz de cuestionar lo que hay a la otra orilla. Para que te sientas como una pobre en un palacio. Siempre inepta y por debajo.

 

Al leer a Badía pensaba en las diferencias entre una estación de tren, un museo y un supermercado. En nuestro mundo capitalista, todos ellos podrían verse como servicios cuyo fin último es vender algo a la clientela. Con normas y accesos estandarizados, todos presuponen una dinámica rápida, un continuo "estar de paso" de cuerpos normativos jóvenes desasosegados. Aquellos que se salen de la norma, preguntan más de la cuenta o simplemente se quieren parar a descansar comienzan a dar problemas y es así cuando ponen en marcha la operación-hostilidad.

 

Señores museólogos, 

 

Democratizar el espacio del museo no significa solamente vender más entradas o llenar el cupo de las visitas guiadas. Los centros culturales públicos deben garantizar el acceso universal. Y, sobre todo, el arte contemporáneo es un tipo de producción cultural que a menudo requiere de lectura, contexto, tiempo, diálogo, experimentación, debate, reposo, acción, negociación. Dejen de plantear los espacios museísticos como si fueran pabellones de exposición moderna o salones parisinos decimonónicos.

 

Atentamente.

 

Pero, de cualquier modo, qué bueno es ver que, en medio de estos mecanismos mercantilistas, una mirada inquieta y atenta como la de Costa Badía puede revivir la sensibilidad que la ciudad nos quiere arrebatar. "Los museos no son para sentarse", lectura obligatoria. Como Virginia Woolf, parece decir: no hay barrera, cerradura ni cerrojo que puedas poner a la libertad de mi mente.  

 

_ Fotografías del Palais de Tokio extraídas de su web https://palaisdetokyo.com/


viernes, 10 de mayo de 2024

PHOTOALICANTE 2024. LA NATURALEZA OCULTA de GEMA B RAMOS

 

Una fosa abisal.

En el estrato más profundo, de manera inexplicable, permanece, ingrávida, una pequeña candela encendida. Inmóvil. Encendida. Con una débil luz que no parpadea. Con un halo anaranjado que rodea un punto brillante. Da una extrañísima sensación de calidez.

Yo la imagino añil, la escena, a excepción de esa lucecita insólita que es blanca.

 

Esa inmensidad es la que recogen las fotos de Gema Ramos, la que existe dentro de ella y de cada una de nosotras. Según cuenta, la ha descubierto a lo largo de estos últimos 4 años en un viaje interior haca lo oscuro, cámara en mano. Por eso las escenas no son añil, sino negras, de terciopelo, grises, de arena volcánica. Una serie de autorretratos que no lo son estrictamente hablando porque retratan segmentos de naturaleza. Es como si Ovidio hubiera escrito esta tarde algunos nuevos capítulos de sus Metamorfosis. Gritos que se convierten en haces de luz. Brazos que se convierten en ramas que surgen de la espesa niebla huyendo de algo. El ruido sordo de la propia circulación interna del que Cage hablaba es la banda sonora de cada imagen creada. Un dolor punzante atraviesa toda la historia. 

 

Pero la propuesta no acaba ahí.

Lejos de "solo" conseguir recoger la inmensidad y de cambiar de cuerpo humano a vegetal y animal para verse a sí misma, G. Ramos pone a dialogar las fotografías de nueva creación con su familia. Lo hace a través de algunos fragmentos del álbum familiar que están cuidadosamente enmarcados en oro. El oro de los allegados, brillante, valioso, irreal. Esas fotos parecen intervenidas o por las manos o por el tiempo. Su papel se quiebra sin romperse, se ondula, se angula, como se retuerce el relámpago de otro de sus retratos. 

 

Todo en la exposición se comunica entre sí y es coherente en su objetivo último de comunicar una circunstancia que empapa su árbol genealógico. 

 

Un proceso curativo, un resultado catártico. Una oscuridad luminosa. 

 

https://photoalicante.com/

 

ig: @gema_bram

 

https://mua.ua.es/ 




lunes, 5 de septiembre de 2022

Paseo cultural por Valencia. Verano de 2022

Como cada verano desde hace unos años me acerco a Valencia en busca de sensaciones. Ahora que no vivo en una ciudad, pasear por allí, entrar a sus museos, ver sus exposiciones, es como tomar una bocanada de aire justo antes de sumergirme a bucear. En solo un par de días parece que alcanzo a tocar el trabajo de todo un año de muchos y muchas profesionales que hacen de la capital valenciana un enclave cultural cada vez más interesante.

 

Las calles calientes e iluminadas están llenas de vida. 

 

  Street art. Calles de Valencia. Anónimo. Fotografía de la autora

 

De mi recorrido, traigo aquí tres paradas. La primera es en el Museo de Bellas Artes, el cual comparte edificio con la Academia de San Carlos. Esta institución centenaria se estrena en el comisariado feminista con “Haciapoéticas de genero. Mujeres artistas en España 1804-1939”, una exposición que explora los modos de crear genealogías de mujeres en el arte. 

 

 

Eulalia Abaitua. Madre e hijas, perfil de edades, 1900. Obra perteneciente a la Colección Euskal Museoa Bilbao Museo Vasco Bilduma, presente en la exposición. Fotografía de la autora. 

 

 Aunque la producción de la muestra venga de fuera (el Consorci de Museus de la Comunitat Valenciana y el IAACC Pablo Serrano de Zaragoza firman el proyecto) se trata de una iniciativa imprescindible para el Bellas Artes por varios motivos, según lo veo yo. En primer lugar, el hecho de que las obras de artistas mujeres ocupen el espacio y cobren protagonismo en las salas abre una grieta de difícil factura en el monolito de la modernidad. Esto me emociona. Soy consciente de que la exposición no hace sino recalcar las fases históricas de la lucha de las mujeres en el arte reciente con el que ya estamos familiarizadas. Sin embargo, al entrar, una euforia contenida se expande por mi torrente sanguíneo. Al fin y al cabo, aunque pueda parecer increible, nunca ha sido fácil ver este tipo de cosas. Las políticas de recuperación de nombres de mujeres artistas se han instalado de manera normalizada en los museos solo recientemente. 

 

La interrelación temática y cronológica entre las piezas y autoras da cuerpo al relato. Pintoras como Aurelia Navarro Moreno, Maruja Mallo, Sonia Delauny o Pitti Bartolozzi, fotógrafas como Eulalia Abaitua y Allende-Salazar, Dora Maar, escultoras como Helena Sorolla García, cartelistas como Carme Millà, Juana Francisca Rubio y Norah Borges… comienzan a postularse como sujetos de valor gracias a los nuevos estudios feministas en torno al arte y la creación de memoria en los museos. Al verlas ante mí siento una especie de extraño orgullo de madre que me humedece los ojos.

 

  Manuela Ballester Vilaseca. A mis hermanitas Rosita y Fina, 1929. Obra presente en la exposición. Fotografía de la autora


Veo sagacidad en esta exposición por el importante trabajo técnico y de gestión que implica: préstamos de piezas, colaboración institucional, un importante movimiento de obras desde los márgenes y los almacenes hacia las salas. Pasado el primer chute de adrenalina retomo la cautela y busco llevarme, sin fortuna, un catálogo de la exposición que amplíe y profundice en la investigación tras la muestra. Espero poder tenerlo pronto y resolver estas dudas. ¿Se trata de la manifestación de una nueva ética reparadora del Bellas Artes valenciano? ¿o es más bien una acción que se suma a la corriente de modernización de los espacios culturales? Si es así y responde a una tendencia museológica ¿sucumbe a las bondades y defectos del mainstream? ¿tendrá calado en un futuro la acogida de esta itinerancia en el Bellas Artes? La exposición se vio primeramente en el museo zaragozano. ¿Será una flor en un páramo o quizá un nuevo esfuerzo en pro de la justicia histórica?


La siguiente parada me hace ilusionarme y pensar que las propuestas feministas se me enredan como una melena ensortijada. En el IVAM he podido disfrutar de la exposición-instalación de Mar Arza, "A pesar/ A saber /A tientas" una mirada transhistórica a la categoría mujer entendida como madre o divinidad fértil. La artista une objetos y mística en varias oraciones que estructuran el discurso. Ha sido emocionante ver esos milenarios objetos en forma de estatuillas junto con sus obras y otras de Julio González que inspiran su estética escultórica. Emocionante, sobre todo, porque Arza ha generado una escala de valor nueva en el museo, donde pone a la misma altura piezas arqueológicas, jóvenes creaciones y obras consagradas. 

 

Mar Arza. Femme gaine, 2013. Mujer vaina. 
Vainas de catalpa, pan de oro, pan de letras. (Oración a futuros) 
Fotografía de la autora

 

Ella abre la ventana a un relato hilado por los símbolos y sus significados ancestrales en detrimento de las barreras interpretativas del discurso disciplinario en el arte y la cultura. Es de las pocas veces que he conseguido ver una exposición presentada bajo las concepciones de la museología crítica en una institución museística. No estoy segura de si esta mirada a la mujer-madre es necesariamente feminista, pero me interesa igualmente, sobre todo desde que introduce el texto, la palabra, dentro de la oquedad de una vaina dorada. Creo que es una llamada genial al interior cultural del cuerpo y el refugio interior que todas las personas albergamos.

 

Por último, un paseo por el mismo edificio me lleva a dos artistas en las antípodas que sin embargo derrochan igual pasión por el objeto, gran energía creativa y absoluta clarividencia. Por un lado, Carmen Calvo, la protagonista de otra de las exposiciones del IVAM. Parece que ha llevado allí su universo entero con trabajo árduo y gran mimo. Encuentro muchas muestras de su amplio imaginario, rico, personal, político, reivindicativo, vivo, pop y en expansión, a mi modo de entender. Esta muestra se me ha quedado incluso corta. Por otro lado, el “Estudio Abierto” del artista valenciano Luce, relacionado con la muestra “Pinazo en el espacio público”, ha puesto la guinda. La mirada fotográfica a las calles, a las arquitecturas gastadas, vividas, desteñidas, en desuso… la investigación metódica y la poesía convierten esta muestra en una delicia.

 

Coincido con el artista en una explicación a la audiencia en el momento en que entro en la sala, algo así mismo emocionante aunque por suerte nada excepcional, porque su proyecto consiste en exponer y trabajar en ese mismo espacio del IVAM todo el tiempo que dure la exposición. Anoto: “Ya quedan muy pocos reductos para compartir intimidad y verdad […] hablar en medio del ruido de un grupo de personas es como intentar hacerse hueco en el metro un mediodía de agosto. Si alguien se pregunta qué interés puede tener una paloma perforada en la chapa de una caja de luces callejera que al mecerse con el aire proyecta el vuelo del ave, debería preguntarse qué podría suceder hoy que fuese más interesante.” 

 

Selfie frente a una obra de Carmen Calvo. 
Exposición Carmen Calvo, IVAM