viernes, 6 de septiembre de 2013

Participación ciudadana en Cultura y culturización de la Economía



¿Estamos mercantilizando las relaciones sociales, la creación de deseos colectivos y los vínculos comunitarios?

Es una de las cuestiones que me resuenan tras asistir los pasados días 28, 29 y 30 de agosto al curso de verano de la UPNA “Economía y cultura, Cultura y financiación”. En este curso varios ponentes profesionales de la gestión cultural analizaron las relaciones entre sector cultural y mercado. El tema más ampliamente debatido fue la nueva propuesta de ley de mecenazgo, dado que atañe directamente a Navarra. El borrador está disponible en la web institucional y se ha abierto un foro de participación ciudadana en internet, acotada en un plazo de tiempo insuficiente según los profesionales del sector. Además estos han detectado una serie de carencias en los textos que componen la iniciativa. Ya han surgido diferentes opiniones que apuntan errores en cuestiones de base, como la distinción entre “mecenazgo” y “patrocinio”, o la delimitación de criterios por parte del gobierno para declarar a entidades, proyectos o actividades de interés social. Diferentes colectivos se han puesto manos a la obra para portar nuevas ideas a la ley, así como para dar una visión crítica.

Pero no sólo se habló de leyes sino también de modelos de gestión cultural: privada, pública y comunitaria, de galerías de arte, del modelo anglosajón de financiación cultural, de marketing cultural y de industrias creativas. Marketing y cultura son palabras que juntas, todavía hoy, chirrían. No es fácil hablar de transacciones comerciales cuando nos referimos a productos que han surgido de motivaciones distintas a la rentabilidad económica. O al menos su propósito económico no es el único o el más importante. Por supuesto, las preguntas y contradicciones no tardaron en aparecer entre el público de las conferencias. El debate se abrió partiendo del choque frontal que se produce entre los conceptos mercado y cultura.

¿Son las producciones culturales bienes para vender?
¿Qué hay de las nuevas formas de creación cultural abierta, sin dueñ@? ¿Cómo se insertan en el sistema económico?
¿Hasta qué punto un arte no rentable es sostenible?
¿Cómo se compatibilizan y/o equilibran los beneficios sociales y los económicos en la gestión cultural?

Alguien del público comentaba: “estoy lejos de tomar los modelos empresariales de Apple, Ikea o Starbucks como ejemplos para trasladarlos al ámbito de la cultura.”

Si bien es cierto que la gestión cultural, tanto privada como pública, tiene modelos de producción propios, en las últimas décadas ha difuminado sus límites con las formas de hacer del marketing, la publicidad, el diseño, etc. En muchos casos se rige por la ley de la oferta y la demanda. A este respecto, Natividad Grund nos habló desde su experiencia como historiadora del arte, gestora cultural e investigadora. Detectaba diferentes niveles de mercantilización del ámbito cultural a través de las coproducciones o la participación ciudadana en la realización de proyectos. Según nos explicaba, debido principalmente a la precariedad que nos rodea, al mundo cambiante en que vivimos y a los avances en las tecnologías de la comunicación, han surgido nuevas formas de producción colectiva y nuevas estrategias de visibilización de los productos culturales.

Grund nos propuso una clasificación de nuevos modelos de proyectos culturales dependiendo de los objetivos y el nivel de participación de los usuarios. Por ejemplo, si el objetivo es rentabilizar un proyecto vendiendo entradas, productos promocionales, etc., una asistencia suficiente de público garantiza el éxito del programa. Si en cambio el objetivo es conocer a los diferentes tipos de usuarios y ahorrar trabajo a la empresa, se lanzan promociones, descuentos o pequeños obsequios a cambio del registro voluntario en una base de datos. Es una forma sencilla para las empresas de recabar información sobre los usuarios reales y potenciales, conocer sus necesidades o buenas ideas, como en bookmooch

Sin embargo, conforme el nivel de compromiso de los usuarios sube, la relación mercantil se distorsiona: el beneficio económico se desplaza hacia un punto invisible en la red creativa de la ciudad.

De esta forma, si el objetivo es intentar generar conocimiento y buscar en el usuario a un co-productor, sólo l@s usuari@s interesad@s participan. Asumen que la remuneración no existe, pues sus motivaciones van más allá del beneficio económico. Un ejemplo es laexposición expandida un proyecto construido mediante las aportaciones de muchos participantes con un alto nivel de conocimiento que hacen crecer el proyecto y dan lugar a la creación de nuevos conocimientos.

Por último comentamos iniciativas que apelan a una participación altruista y apasionada, pobremente remunerada, que responde a la necesidad de encontrar una vía de visibilización del trabajo propio mediante la colaboración con otros agentes culturales. Grund nos mostró cómo en la capital alemana, por ejemplo, podemos encontrar la plataforma Artconnect Berlin una forma de crear y compartir proyectos culturales gestionados de forma comunitaria.

Por fin se han dado cuenta de que todas las personas podemos ser creativas. Aquellas personas, empresas e instituciones que comercian con productos artísticos, culturales (o de cualquier otro tipo) han descubierto el potencial creativo existente en la sociedad de a pie y están poniendo a punto el exprimidor. Rubén Martinez, el último ponente, trasladaba la metáfora fluxus de ARTE=VIDA a TRABAJO=VIDA, refiriéndose al proceso de culturización de la economía que estamos sufriendo, donde nuestra cotidianidad se convierte en un espacio mercantil y nuestras relaciones sociales en comerciales. Trabajamos a todas horas en beneficio de ¿alguien?, ¿de tod@s?, no (o no sólo) porque nos paguen, sino porque nos gusta lo que hacemos.

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