¿Estamos mercantilizando
las relaciones sociales, la creación de deseos colectivos y los vínculos
comunitarios?
Es una de las cuestiones
que me resuenan tras asistir los pasados días 28, 29 y 30 de agosto al curso de
verano de la UPNA “Economía y cultura, Cultura y financiación”. En este curso
varios ponentes profesionales de la gestión cultural analizaron las relaciones
entre sector cultural y mercado. El tema más ampliamente debatido fue la nueva
propuesta de ley de mecenazgo, dado que
atañe directamente a Navarra. El borrador está disponible en la web
institucional y se ha abierto un foro de participación ciudadana en internet,
acotada en un plazo de tiempo insuficiente según los profesionales del sector.
Además estos han detectado una serie de carencias en los textos que componen la
iniciativa. Ya han surgido diferentes opiniones que apuntan errores en
cuestiones de base, como la distinción entre “mecenazgo” y “patrocinio”, o la
delimitación de criterios por parte del gobierno para declarar a entidades, proyectos o actividades de
interés social. Diferentes colectivos se han puesto manos a la obra para
portar nuevas ideas a la ley, así como para dar una visión crítica.
Pero no sólo se habló de
leyes sino también de modelos de gestión cultural: privada, pública y
comunitaria, de galerías de arte, del modelo anglosajón de financiación
cultural, de marketing cultural y de industrias creativas. Marketing y cultura
son palabras que juntas, todavía hoy, chirrían. No es fácil hablar de transacciones
comerciales cuando nos referimos a productos
que han surgido de motivaciones distintas a la rentabilidad económica. O al
menos su propósito económico no es el único o el más importante. Por supuesto,
las preguntas y contradicciones no tardaron en aparecer entre el público de las
conferencias. El debate se abrió partiendo del choque frontal que se produce
entre los conceptos mercado y cultura.
¿Son las producciones
culturales bienes para vender?
¿Qué hay de las nuevas
formas de creación cultural abierta, sin dueñ@? ¿Cómo se insertan en el sistema
económico?
¿Hasta qué punto un arte
no rentable es sostenible?
¿Cómo se compatibilizan
y/o equilibran los beneficios sociales y los económicos en la gestión cultural?
Alguien del público
comentaba: “estoy lejos de tomar los modelos empresariales de Apple, Ikea o
Starbucks como ejemplos para trasladarlos al ámbito de la cultura.”
Si bien es cierto que la
gestión cultural, tanto privada como pública, tiene modelos de producción
propios, en las últimas décadas ha difuminado sus límites con las formas de
hacer del marketing, la publicidad, el diseño, etc. En muchos casos se rige por
la ley de la oferta y la demanda. A este respecto, Natividad Grund nos habló desde su experiencia como historiadora
del arte, gestora cultural e investigadora. Detectaba diferentes niveles de
mercantilización del ámbito cultural a través de las coproducciones o la
participación ciudadana en la realización de proyectos. Según nos explicaba, debido
principalmente a la precariedad que nos rodea, al mundo cambiante en que
vivimos y a los avances en las tecnologías de la comunicación, han surgido
nuevas formas de producción colectiva y nuevas estrategias de visibilización de
los productos culturales.
Grund nos propuso una
clasificación de nuevos modelos de proyectos culturales dependiendo de los
objetivos y el nivel de participación de los usuarios. Por ejemplo, si el
objetivo es rentabilizar un proyecto vendiendo entradas, productos
promocionales, etc., una asistencia suficiente de público garantiza el éxito
del programa. Si en cambio el objetivo es conocer a los diferentes tipos de
usuarios y ahorrar trabajo a la empresa, se lanzan promociones, descuentos o
pequeños obsequios a cambio del registro voluntario en una base de datos. Es
una forma sencilla para las empresas de recabar información sobre los usuarios
reales y potenciales, conocer sus necesidades o buenas ideas, como en bookmooch
Sin embargo, conforme el
nivel de compromiso de los usuarios sube, la relación mercantil se distorsiona:
el beneficio económico se desplaza hacia un punto invisible en la red creativa
de la ciudad.
De esta forma, si el
objetivo es intentar generar conocimiento y buscar en el usuario a un co-productor,
sólo l@s usuari@s interesad@s participan. Asumen que la remuneración no existe,
pues sus motivaciones van más allá del beneficio económico. Un ejemplo es laexposición expandida un
proyecto construido mediante las aportaciones de muchos participantes con un
alto nivel de conocimiento que hacen crecer el proyecto y dan lugar a la
creación de nuevos conocimientos.
Por último comentamos
iniciativas que apelan a una participación altruista y apasionada, pobremente remunerada,
que responde a la necesidad de encontrar una vía de visibilización del trabajo
propio mediante la colaboración con otros agentes culturales. Grund nos mostró
cómo en la capital alemana, por ejemplo, podemos encontrar la plataforma
Artconnect Berlin una forma de crear y
compartir proyectos culturales gestionados de forma comunitaria.
Por fin se han dado cuenta
de que todas las personas podemos ser creativas. Aquellas personas, empresas e
instituciones que comercian con productos artísticos, culturales (o de
cualquier otro tipo) han descubierto el potencial creativo existente en la
sociedad de a pie y están poniendo a punto el exprimidor. Rubén Martinez, el último
ponente, trasladaba la metáfora fluxus de ARTE=VIDA a TRABAJO=VIDA,
refiriéndose al proceso de culturización de la economía que estamos sufriendo,
donde nuestra cotidianidad se convierte en un espacio mercantil y nuestras
relaciones sociales en comerciales. Trabajamos a todas horas en beneficio de
¿alguien?, ¿de tod@s?, no (o no sólo) porque nos paguen, sino porque nos gusta
lo que hacemos.
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