Ayer por la noche, mientras intentaba
dormirme, me venían a la mente frases con las que poder comenzar un texto que
hablase sobre el fenómeno social que ha constituido la exposición
“Desenterrados” del Artista Abel Azcona. Y esto me pasa porque hace mucho
tiempo que una exposición, en Pamplona, no traspasaba los límites del interés
del reducido círculo de artistas y personal asiduo a eventos artísticos (desde
que vivo yo aquí, creo que nunca había sucedido a este nivel). Este evento ha
ocasionado un gran revuelo mediático en media
unidireccionales y en internet, donde ha habido una gran participación en la
indignación colectiva plasmada en redes sociales, peticiones colectivas y
denuncias formales específicas. Indignación que se ha producido por muy
diversas razones, algo que me ha parecido ciertamente interesante.
Este aluvión de opiniones fruto de la
provocación, como digo en varias direcciones, perfectamente orquestado por el
artista, me trae a la cabeza la idea de múltiples capas de interpretación. La
muestra ha traído la antipatía de diferentes sectores representativos del
sistema cultural navarro. La Iglesia ha sido la cabeza visible de la
indignación al decir sentirse ofendida por la utilización en una pieza de
hostias consagradas, las cuales formaban la palabra “pederastia”. Los partidos
políticos más conservadores afines a la confesión católica, han criticado al
actual equipo de gobierno, sobre todo al alcalde, por permitir tal evento. La
comunidad artística, con básicamente dos posiciones diametralmente opuestas, se
ha hecho oír en las redes y otros medios como la prensa, para mostrar su
desprecio ante la ambición mediática y económica del artista, al que ven al fin
y al cabo como una víctima del propio sistema; o, en cambio, lo han ensalzado
por ser un grande y atreverse a
realizar este tipo de expresiones en público. La gente que ha visitado la
exposición y ha querido dejar su opinión al respecto en libros de visitas y
muros, ha plasmado opiniones para todos los gustos y colores.
Grupos católicos
han protagonizado momentos de rezo ante las piezas que los medios han querido
presentar como las más polémicas. La televisión local ha incluido en todas las
ediciones de los telediarios algunos de los efectos (los que a ellos les han
parecido más relevantes) que ha producido la exposición en “la esfera pública”.
Incluso en formatos más distendidos, como la tertulia televisiva, se ha
sometido a análisis al artista, a su obra y a su cerebro, todo ello realizado
por no-especialistas en arte y hasta por un neurocirujano.
Pero eso no es lo más interesante para mí
en este contexto. Ni si quiera el hecho de que no se haya abierto un debate
sobre la guerra civil, la pederastia o los abusos sexuales. Debate que (supongo
yo que será por eso) queda automáticamente invalidado dado el estatus de PopStar del artista que lo propone. Lo
que me ha llamado poderosamente la atención es, por un lado, la claridad con la
que la gente ha comenzado a pronunciarse sobre lo qué es y no es arte, sobre
cómo puede y cómo no puede ser un artista y sobre los límites morales que se
pueden y los que no se pueden sobrepasar con la práctica artística. Yo pensaba
que esto estaba abierto y en continuo debate y re-construcción. Pero se ve que
no, me he perdido el día en que se dio la definición. Y, por otro lado, me
resultan muy y muy interesantes todas las fuerzas que afloran ante un evento que,
si tan insulso fuera, no tendrían porqué aflorar a lo mejor. La capacidad de
convocatoria de quienes han puesto en marcha peticiones en change.org es
envidiable, realmente. La facilidad con la que se habla de arte en medios
públicos, se sepa o no sobre ello, es sorprendente también. Las contradicciones
en nosotros y nosotras, que son continuas y hasta sanas diría yo. La lectura
atenta de algunas personas mayores que aproximándose a las fotocopias de
documentos, cartas y relatos expuestos, parecían sentir las duras historias de
la guerra en carnes propias o cercanas. La auto-proclamación del Artista Abel
Azcona como Artista, como en su día hicieran tantos otros…
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