Llevo toda mi vida universitaria estudiando diferentes
materias que giran entorno al arte y voy a por el doctorado. El viernes
pasado se me ocurrió ir a ver la exposición de un amigo sita en la Sala
de armas de la Ciudadela de Pamplona, ya que éste me recordó que
faltaba poco menos de dos semanas para que finalizase. Me pareció un
plan perfecto, porque meses atrás había visto en su taller algunas de
las obras pertenecientes a este mismo proyecto sobre la vida en el
barrio, todavía sin terminar, y me resultaron de lo más interesantes. A
esta cita cultural se sumaron dos de mis mejores amigos, lo que me
pareció un feliz acontecimiento. Entramos al recinto amurallado por la
entrada norte tras la que pudimos ver un cartel anunciador con los
nombres de los tres chicos ganadores del certamen “Jóvenes artistas
2010” que compartían sala expositiva. En la puerta nos esperaba haciendo
tiempo, Iosu, el amigo del que os hablo.
Uno
de mis dos acompañantes es ingeniero industrial, su actividad
intelectual cotidiana se basa en la investigación de nuevos materiales y
otros quehaceres. Su relación más estrecha con el arte es su gusto por
la música al que ha contribuido mucho su fino oído heredado. A las artes
plásticas se ha acercado estos últimos años en gran medida debido al
tiempo de ocio que a menudo compartimos. Al llegar a la segunda planta
de la Sala de armas nos dirigimos al espacio del fondo delimitado por
unos paneles blancos sobre ruedas, unos muros silenciosos que guardaban
el secreto del éxito de la obra premiada. De una en una, recorrimos con
curiosidad las fotografías impresas en aquellos lienzos que mostraban
diferentes escenas, muy cotidianas, que para mí reflejaban nuestro
entorno más cercano y obviado hecho de ladrillos, los cuales en
ocasiones forman parte de un proyecto tan necesario e íntimo como un
hogar, y en otras, de un escenario desolado de escombros olvidados, de
un no-lugar. Eso es lo que yo pensé. El artista nos comentó sus
animaciones, en las que escombros de diferentes tamaños parecen moverse
solos, sobre las que destacó la necesidad que tenían esos trozos de muro
de sentirse vivos de nuevo y volver a formar parte de un sistema, de
una estructura necesaria para la construcción de algo más grande.
Relacioné esto con la necesidad de diversos colectivos de personas de
entrar por fin a formar parte de una sociedad que los mira como piezas
de puzzle dispersas que no tienen los entrantes y salientes adecuados y
necesarios para encajar con el groso del juego ya montado. A demás me
sorprendió muy gratamente la perfección del montaje del vídeo, con una
continuidad estupenda, unos movimientos (como los de las ruedas de
caucho, la ventana o los pedazos de poliespan) cuidados al detalle y unos escenarios a cielo abierto que me evocaron lugares recónditos y perdidos. Eso es lo que imaginé yo.
El
amigo del que todavía no he hablado y que me acompañó en la visita,
está terminando la carrera de derecho. Es bastante reticente al arte
actual en general porque cree que prácticamente en su totalidad son
“cosas que puede hacer cualquiera”. Durante la visita, permaneció en
silencio y atento a nuestros comentarios. Por fin hizo alusión al modo
tan sencillo en el que los espectadores podemos ser engañados con un
simple truco de cámara, refiriéndose a la obra en la que un pequeño
estanque estaba siendo grabado con una mini cámara desde una perspectiva
tal, que parecía retransmitir la imagen de un pantano enorme, cuando en
realidad se trataba de una parte de aquel mismo estanque. Su cara de
perplejidad se acentuó cuando echó un vistazo al documental sobre
Camarón que se proyectaba en bucle en un rincón situado en la parte
central de la sala. Sus ojos me pidieron una explicación, porque no
comprendía la relación que guardaba todo aquello. Yo le expliqué que las
obras tenían que ver con el pensamiento del autor y con sus últimas
experiencias ligadas al flamenco, a la relación con algunos de sus
amigos gitanos y a su interés por el reciclaje tras su experiencia
artística en México DF en 2010, reflejada en las creaciones
pertenecientes a la serie “Acumulaciones” del mismo año. Todo esto
inmerso en una línea de pensamiento crítica con la sociedad capitalista
de consumo, de acumulación y creación de basura y de espacios invadidos
por ella. Tras esta breve explicación, mi amigo se quedó muy satisfecho
por haber conocido esta privilegiada información que le permitió,
según él, hacerse una pequeña idea de por qué estaba rodeado de fotos
de derribos, ladrillos correteando, un estanque con vegetación diversa y
un sillón al que le crecía césped.
Tras
pasearnos por la zona objetivo de nuestra visita, decidimos ver el
resto de la exposición, compuesta por la obra de los otros dos artistas
premiados. Constaba de una serie de cuadros distribuidos de forma
singular por las paredes de la sala, sin una sola cartela, sobre un
pulcro blanco. No había referencia alguna a las obras. Ni a los autores.
Ni un texto, ni un folleto. Nada. De repente oí una carcajada. Mi
amigo, con el que acababa de comentar la obra de Iosu, había reparado en
una obra de pequeño formato, de colores oscuros, que presidía uno de
los amplios paneles blancos. Le parecía una broma que aquel minúsculo
cuadro pendiese impune de la pared. Entre risas, me explicaba que lo
había confundido con uno de esos botones de emergencia de incendios
inscritos en una cajita roja.
A
menudo, quienes estudiamos o trabajamos en el ámbito del arte
contemporáneo y actual, nos encontramos con una barrera importante ante
la distancia que nos separa de la gente que sigue considerando arte sólo
a los cuadros bonitos y bien hechos. Pero resulta que en muchas
ocasiones nos lo ganamos a pulso. ¿Qué puede aportar a alguien no
familiarizado con la pintura figurativa de carácter simbolista
contemporánea un cuadro que ni comprende ni concibe como arte? ¿Hay algo
que pueda distanciarlo más de la obra que una exposición muda, sin
ningún tipo de referencia contextual? Si ya tenemos un enorme trabajo
por delante para ponernos al día en el complejo mundo de la revisión del
arte como concepto, ¿por qué seguimos considerando que los cuadros hablan por sí mismos?
Entiendo perfectamente que siga habiendo quién piense, ¿y a mí qué, esta exposición de la Ciudadela?
Sofía Albero
25/01/12
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