domingo, 1 de noviembre de 2020

Joaquín Miralles en la Ermita

No es fácil ver pintura en Ibi, así que intento no perderme una. Hoy se cierra la individual dedicada a Joaquín Miralles en la Ermita. Me impresiona la coherencia de este conjunto de pinturas que parecen haber sido terminadas todas ellas el mismo día. Pero más que los cuadros en sí, me impresiona el tesón de un pintor que lleva 25 años exponiendo sus obras. 




Si hubieran sido creadas en otro momento y en otro lugar podrían considerarse simbolistas (Los verdes castaños, casi azules) o fauvistas (A contraluz; En esta baranda rosa), cambiando rojo por rosa brillante y azul metálico. Sin embargo, se resisten a obviar la belleza clásica. Traen días soleados y esperanzados que chocan de lleno con el 2020. 
 
Los títulos me remiten a una cualidad de las relaciones humanas que últimamente nos ha sido arrebatada: el apego. Un hogar al que volver, que no se representa aquí con edificios donde sentirse segura, ni con personas en quien poder confiar, sino que se siente en los lugares comunes, cotidianos, del pueblo, que de alguna manera se idealizan y se congelan. Ni rastro de vida que no sea la vegetal y mineral. Espacios vacíos de gente que sin embargo destacan la importancia de la intervención humana en el paisaje a través de las barandas, los caminos, las fuentes, las esculturas y las acequias. Son espacios donde hay huellas, historia. 
 
Me viene a la cabeza ese sentimiento compartido de morriña de la gente joven que vive fuera del pueblo y regresa en días contados. O regresa para quedarse. En un momento en que el regreso y el contacto están restringidos. 

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